Facebook: ¿Qué viene tras la caída?

Por: Enrrique Dans

Desde el pasado 25 de julio, momento en el que alcanzó su máximo histórico de 218.62, la acción de Facebook no ha dejado de caer, para situarse ayer en 133.40 en lo que supone un auténtico annus horribilis para la compañía. El importantísimo papel de la compañía en la manipulación de las elecciones presidenciales del 2016, el genocidio de Myanmar, el escándalo de Cambridge Analytica, la contratación de dudosas empresas de PR para defenderse de los problemas atacando,  los chalecos amarillos en Francia, los sucesivos problemas de seguridad, la compartición de datos de los usuarios con anunciantes o con empresas tecnológicas… es verdaderamente difícil encontrar algo que la compañía haya hecho bien.

Los resultados de semejante espiral negativa son evidentes:  pérdida de usuariosfiguras prominentes que anuncian su salidallamamientos para convertirse en una compañía Facebook-free o para abandonar no solo Facebook, sino también Instagram y WhatsApp… lo único que hace que Facebook aguante es el importante papel que juega su publicidad para muchas compañías, auténticas drogadictas que precisan de sus servicios para hacer llegar sus mensajes a los objetivos que estiman adecuados. Facebook consiguió enseñar a muchos a hacer publicidad hipersegmentada, se dedicó a estrangular su alcance orgánico para obligarles a pagar publicidad si querían alcanzar sus objetivos, y ahora se encuentra con legiones de directores de marketing y publicidad dispuestos a seguir pagando campañas, aunque los usuarios estén en proceso de salir por la puerta.

Ni las caídas bursátiles, ni los juicios gubernamentales ni las multas parecen conseguir efecto alguno: no es que la compañía tenga un problema, sino que el problema es la propia compañía. El año que Zuckerberg se propuso arreglarla ha demostrado ser un estrepitoso fracaso. Una compañía completamente carente de principios, capaz de decir una cosa mientras hace exactamente la contraria, de excusarse continuamente de manera hipócrita sin arrepentirse absolutamente de nada… no existe absolutamente ninguna razón para confiar en Facebook. La actitud de la compañía es la misma que la que su fundador manifestaba en 2006 cuando se refería a los usuarios que le habían confiado sus datos como “dumb fucks”: simple materia prima con la que no existe ningún tipo de compromiso, que se puede vender, regalar o ceder sin ningún tipo de remordimiento, como si fuese lo más normal del mundo, para saldar el asunto después con un simple “Ooops!”. El problema no es Facebook, es un modelo de negocio en el que cabe absolutamente todo lo que ha hecho y se interpreta como parte de una total normalidad. Ni siquiera echar a Mark Zuckerberg, algo por otro lado imposible, solucionaría un problema que es completamente endémico, propio de una organización creada en torno a la normalización de lo que nunca debería haber sido visto como normal ni aceptable.

¿A dónde vamos? Por mucho que Facebook baje, la compañía sigue siendo una máquina de hacer dinero, sostenida por compañías que la utilizan para su publicidad. Conseguir que esas compañías renuncien a un canal que ahora encuentran ideal para muchas de sus estrategias parece un fin lejano y complicado, tal vez imposible. Que la compañía cambie su modelo de negocio, por mucho que algunos lo crean, parece difícilmente planteable, como lo sería además confiar en un cambio así. ¿Volveremos a redes sociales que nos permitan ser más auténticos, a la idea que creímos que representaban en sus inicios? ¿Sustituiremos las redes sociales por páginas personales, creándonos así nuestro Facebook propio y personal en el que nosotros ponemos las reglas? ¿Quedarán Mark Zuckerberg y la era Facebook como un canto a los excesos del “vale todo” en lo social, o seguiremos rizando el rizo del absurdo?