Fusiones en la banca: ¿la solución a la crisis?

De repente, los responsables del sector financiero han vuelto a hablar de fusiones domésticas como si fuera algo que pudiera ocurrir en cualquier momento y cuyo principal obstáculo fueran las exigencias de capital que los supervisores europeos quieren que se cumplan en operaciones de ese tipo. Pero no sólo no es el único impedimento en estos momentos, sino posiblemente tampoco el más importante. La incertidumbre sobre la sanidad de los balances bancarios es ahora mismo más relevante.

Es curioso, pero ahora que los supervisores europeos casi han dejado de hablar de la necesidad de una consolidación en el sector financiero europeo, y también a escala nacional, para centrarse en un mensaje de que los bancos deben cumplir con su labor esencial, canalizar el ahorro hacia la inversión crediticia, son los protagonistas de aquellos mensajes los que han decidido hablar sobre posibles y necesarias fusiones.

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Que en todos los bancos se siguen mirando las cuentas del resto de entidades para tratar de vislumbrar si hay alguna oportunidad de llevar a cabo una operación de fusión que permita aumentar el balance con una reducción de costes, gracias a la eliminación de duplicidades y aprovechamiento de las nuevas tecnologías, es algo sabido y constante.

En un reciente encuentro virtual en el que participaban los consejeros delegados de Santander, José Antonio Álvarez; CaixaBank, Gonzalo Gortázar, y Sabadell, Jaume Guardiola, se produjo un hecho inesperado: los dos primeros, que recientemente habían afirmado que no contemplaban futuras operaciones corporativas porque estaban centrados en crecer orgánicamente, aceptaron como posibles, con dificultades, las fusiones, mientras que Guardiola, cuyo banco ha alcanzado el tamaño que tiene gracias a numerosas operaciones de adquisición en el pasado, señalaba que veía más factible conseguir ahorros de costes gracias a la tecnología como instrumento.

Los bancos vuelven a hablar de fusiones | Banca

Más recientemente, el presidente de la patronal bancaria AEB, José María Roldán, ha aceptado como probable que haya nuevos procesos de fusión en España sin que ello merme la competencia existente, porque puede ser un buen elemento que ayude a aumentar la rentabilidad de los bancos, muy baja desde hace años y que en el ejercicio actual descenderá aún más. La condición que ha puesto para ello es que sean voluntarias y no empujadas por el sector público.

El consejero delegado de Santander explicó en su intervención que las fusiones son muy caras en términos de capital, porque los costes de reestructuración (que generan las posteriores sinergias en los años siguientes) se cargan contra el ejercicio directamente y ello implica normalmente una reducción de su nivel de solvencia.

Refuerzo de capital

Además, al menos hasta ahora, los supervisores han exigido que en un proceso de fusión el nivel de solvencia de la resultante sea, como mínimo, el mayor de los dos fusionados antes de la operación. Ello implica normalmente que hay que hacer una ampliación de capital, que con las cotizaciones actuales significa una importante dilución que no suele ser del agrado de los accionistas. Esta fue una de las razones que llevó al traste el intento de fusión entre Unicaja y Liberbank el año pasado.

Los bancos están tratando de convencer a las autoridades de supervisión de que relajen, al menos temporalmente, ese requisito de solvencia mínimo, en unos momentos en los que la flexibilidad ha llegado a Fráncfort, con el argumento de que igual que las sinergias se consiguen en varios años se podía periodificar también la exigencia de capital.

Pero siendo relevantes todas estas cuestiones, en opinión de algunos analistas lo que impide la puesta en marcha de operaciones de fusión es la incertidumbre sobre la sanidad del balance de las entidades y, consecuentemente, sobre el valor que realmente tienen. Los responsables de los bancos lo reconocen implícitamente al señalar que el enfermo está sedado y que de alguna forma funciona gracias a la respiración asistida.

Los bancos tienen liquidez para prestar porque el BCE está dispuesto a poner en el mercado todos los recursos que se necesiten para ello. Incluso pagando porque retiren fondos del banco central para dar nuevos créditos. El Estado ha avalado operaciones crediticias por un importe cercano a los 60.000 millones de euros comprometidos y está dispuesto a llegar hasta los 100.000 millones. Los créditos correspondientes tienen periodos de carencia de intereses y amortizaciones largos, lo que implica que los posibles impagos empezarán a producirse cuando venzan esas carencias y hayan pasado tres meses sin que los deudores hagan frente a sus obligaciones.

Además, por imperativo gubernamental, pero sobre todo por decisión propia, los bancos están dando moratorias de préstamos hipotecarios y de consumo a los hogares por un importe equivalente al menos al 5% de la cartera crediticia. También con esta fórmula se está retrasando la aparición de la morosidad y, por lo tanto, de la necesidad de hacer provisiones para hacer frente a esos impagos.

Con todos estos elementos es evidente que resulta difícil calcular la sanidad de los balances y el valor real de las entidades, lo que prácticamente impide (“salvo que alguno tirara la toalla reconociendo estar en una situación insoportable”, señala un analista) pensar que en estos momentos pueda haber una operación corporativa.

Cuando pase el verano y se acerque el final del ejercicio y se tenga una visibilidad mayor sobre el alcance real de la recuperación de la actividad y el volumen de lo que se ha quedado en el camino, es posible que los cálculos se ajusten más a la realidad y entonces vuelva a empezar el baile del emparejamiento.

Fuente: Expansión