Los periodistas y los medios tienen “muchos Ubers” (aunque no hagan protestas)

[influencers author=”Alejandro D’Agostino” twitter=”http://www.twitter.com/lale_” linkedin=”https://ar.linkedin.com/in/alejandrodagostino” img=”https://media.licdn.com/mpr/mpr/shrinknp_400_400/p/3/000/045/2dc/00f056e.jpg”]Periodista de tecnología. Editor en TyN Media Group. Mención Sadosky 2010 y Eset 2011,. [/influencers]La llegada de Uber generó el repudio generalizado de los taxistas en varias ciudades del planeta, con cortes de calle y agresiones a los conductores que utilizan la aplicación incluidas. Para el común de la gente, el periodismo parece estar a favor de Uber; de hecho, algunos taxistas hasta critican las diferentes coberturas periodísticas al alegar parcialidad de la prensa hacia la aplicación. No es eso. No estamos a favor de nadie, sino que estamos acostumbrados.

Se dice que en la nueva economía digital hay un proceso de “desintermediación”. La industria tecnológica tiene esa capacidad de generar términos semánticamente incorrectos que se llenan de algún significado y se validan a fuerza de uso. Por ejemplo, podemos citar a la computación “en la nube”: no es tan etéreo como parece, la información está repartida en servidores “terrestres”, más allá de que los accesos – móviles o fijos– necesarios para llegar a ella siempre pasan por un backbone. Uber, al parecer, viene a desintermediar al chofer y al pasajero. ¿Cómo lo hace? Siendo intermediario entre ellos y cobrando una comisión en el camino.

Los medios de comunicación saben –y muy bien– que este proceso no empezó ni con Uber, ni con AirBnb, ni con ninguna de las startups de la nueva economía que son valoradas rápidamente en miles de millones de dólares. La industria periodística experimenta una enfermedad cuyos síntomas están sufriendo ahora los taxistas. Y no ha conseguido reconvertirse del todo, como lo hizo la industria musical o como lo intenta el cine. La “Uberización” en el sector de medios lleva ya unos años y fue adoptando nuevas formas.

En un principio fueron las redes de publicidad al estilo de AdSense. A diferencia de lo que ocurre con los taxis, que tienen sólo al pasajero como cliente, los diarios “en papel” dependieron históricamente de dos factores: el precio de tapa y la publicidad. En la era digital, el primero de ellos está en quiebre gracias a la “supuesta” gratuidad de los contenidos en la Web, más allá de algunos intentos de suscripciones pagas. Y la publicidad fue “desintermediada” por los gigantes de Internet que, en parte, se beneficiaron (y lo siguen haciendo) con contenidos –en apariencia para el público– gratuitos.

Veásmolo así: las empresas periodísticas tienen un sector comercial encargado de contactar potenciales anunciantes y “venderles” espacios en sus medios. Con las redes de publicidad, casi no hace falta. Estas redes ofrecen un código que el medio debe incluir en algunas áreas de su contenido, donde se desplegarán los anuncios de sus clientes, que en gran medida dejaron ya de ser clientes de los medios. El negocio es interesante para el anunciante: llegar a una amplia cantidad de público, la posibilidad de segmentar audiencias, pagar un costo mínimo y basado en las impresiones y/o clics de los usuarios. Eficiencia al máximo, interfaz de usuario completa y atractiva, métricas a toda hora y de todo tipo. Tentador, como la interfaz amigable, la geolocalización de vehículos y el pago simplificado de Uber.

Esta “meta-intermediación” (a falta de un término mejor, porque el intermediario siempre está) logró que los medios online deban reducir fuertemente sus aspiraciones comerciales. La negociación entre medios y empresas anunciantes se tornó más dispar que nunca. ¿Cómo van a contratar publicidad a un valor más alto que los “micropagos”que les exigen las redes de anuncios –nanopagos para los medios–, gracias a su escala planetaria? Los medios, especialmente los latinoamericanos, que tienen mercados menores a los de otros países, deben apelar entonces a abarcar regiones para abrir su oferta de contenidos y ser parte de un negocio basado en volumen. Sería como pedirle a un taxista que en lugar de dar vueltas por una ciudad en busca de pasajeros, recorra una provincia. Así de difícil como parece. Los contenidos locales tienen cierta desventaja.

Las redes sociales también tienen un papel de importancia. Facebook, consciente del poder de las noticias, lanzó Instant Articles donde, además de ofrecer sus propias publicidades, brinda su propia plataforma. De este modo, el medio publica en su propio sitio web, pero ese contenido también aparecerá en Instant Articles, sin necesidad de salir de la red social y con anuncios provistos por Facebook. Otra vez, la relación entre el medio y sus anunciantes está intermediada por la red social más grande del planeta, usada por más de 1.100 millones de habitantes.

Facebook, además, es una firma que ofrece contenidos, pero que, salvo comunicados de prensa y anuncios corporativos, no produce ninguno. Esto no sería preocupante. Lo que sí lo es es que pone en juego un nivel de “meta-intermediación” adicional: el de los medios con sus audiencias. Y la circulación de mensajes es mediada –preferimos evitar controlada a falta de mayores evidencias– por Facebook. No por su creador ni por su junta directiva, sino por su impersonal, inocente e imparcial algoritmo. El chivo expiatorio de la nueva era digital.

De este modo, la tarea de proponer los temas más importantes del día ya no está en manos de un grupo de editores ni del más “aséptico” orden cronólogico. El algoritmo decide cuáles son las publicaciones que el usuario debe leer, en base a una fórmula que pocos conocen. También aquellos que no merecen su lectura, ya sea porque contienen imágenes que consideren amenazantes, como una terrorífica mujer amamantando; o vayan en contra de su interés comercial. Y la culpa se la lleva el algoritmo, una especie de veedor que, sin intervención humana aparente, “desintermediando”, cumple el rol de un editor plenipotenciario. Quienes gustamos de la narrativa del escritor de ciencia ficción Isaac Asimov, sabemos que cualquier tecnología hereda lo bueno y malo de quienes la crean (se recomienda leer el cuento “El Racista” para graficarlo). 

El periodismo no va a desaparecer. O, al menos, eso suponemos. Se puede realizar un simple ejercicio para verlo. Revisen su Facebook. O su Twitter. Miren lo que publican sus amigos (en lo posible aquellos que no se dedican al periodismo). Verán que el interés por las noticias sigue existiendo. La gente comparte noticias en las redes sociales, las cuales son un canal de distribución importantísimo. Pensar cualquier actividad, hasta la más primaria, sin que intervenga la tecnología sería estúpido e innecesario, además de anacrónico. La solución para taxistas y medios pasa por reconvertise. Las compañías de medios deberán asumir de una vez por todas que son, en una medida cada vez mayor, empresas de tecnología. Así como Uber reniega de ser una firma de transporte y asegura que es una “app”.

Esto no significa que los contenidos deben quedar en un segundo plano. Al contrario. Las empresas periodísticas actuales suelen “atar” sus contenidos a la herramienta tecnológica, olvidándose de la interfaz de usuario, la comodidad de lectura, las nuevas herramientas para contar historias, los nuevos lenguajes y los nuevos hábitos de consumo. Es absurdo seguir adaptando la cabeza al sombrero. Quizás, siendo empresas de tecnología, los medios puedan dedicar más interés en poner los recursos técnicos al servicio de las noticias. Y lograr que expertos en sistemas sean “clientes internos” de los periodistas, quienes podrán consultarlos para contar mejor sus historias. Llevar al periodista a ser un project leader de sus artículos. Ajustar el sombrero a la cabeza. Y aunque asuste a las empresas, esto también debería conducir a una mayor valorización –en todas las acepciones que permita el verbo–  de la tarea del periodista.

Es sabido que, además de Instant Articles, los sitios de noticias online también reniegan con Google News. El problema de los medios, especialmente de la región, es que cuentan con contenidos estandarizados. Y hay que hacer justamente lo contrario. Encontrar nuevas formas de diagramar, como lo hicieron las revistas para diferenciarse de los diarios. Salirse del molde. Porque, precisamente, Instant Articles y Google News hacen lo contrario: ofrecen una estructura común a todos los artículos, sin importar qué es lo que publican ni quién lo hace. Tabulan, estandarizan, commoditizan, achatan. En teoría, nadie vería la versión “básica” de un artículo, que afecta la experiencia “total” de lectura que podría encontrarse en el sitio del medio. En resumen, la tarea de las empresas periodísticas debería centrarse en ofrecer una mejor experiencia de usuario, usar mayores recursos, innovar tecnológica y periodísticamente.

Por eso, estimado taxista, no se enoje con los medios. No es que estemos a favor de Uber. Simplemente, ya pasamos por eso y sabemos lo que viene. Y seguimos tratando de salir adelante. El camino no es prohibir lo que, más tarde o más temprano, terminará imponiéndose. La solución estaría por el lado de ofrecer lo que la contraparte digital no puede. Descubrir qué, ya es otra cosa. Ni siquiera los medios, experimentados expertos en “desintermediación”, lo descubrieron todavía…